Desde principios del siglo XX, el Banco de España realizó
un importante esfuerzo modernizador en sus sedes
provinciales. Hasta la mitad de siglo, se consolidó un
esquema arquitectónico que potenciaba la representatividad
de la institución en la solemnidad de sus fachadas
o la monumentalidad de los patios de operaciones. Los
años ochenta suponen la renovación de la imagen a
través de sus edificios de nueva planta, que fueron
encargados a destacados arquitectos.
La sede de Badajoz es un notable ejemplo de esta
iniciativa. Una de las premisas consistía en conservar
las trazas de un proyecto anterior nunca terminado y
trabajar fundamentalmente sobre el volumen y los
cerramientos. La severidad del clima condiciona la
apertura de vanos que, ocultos en la sombra de las
pilastras que conforman la imagen externa del edificio,
se reducen en la medida de lo posible y se retranquean
para formar un segundo plano de fachada. De este
modo, la celosía impide adivinar el programa que se
desarrolla en su interior y otorga al basamento una
escala imprecisa. Un tambor cilíndrico corona la
edificación e introduce un contrapunto curvo que encuentra
resonancia en la marquesina de entrada. El
edificio adquiere así el carácter de contenedor cerrado,
de gigantesca caja de caudales, que proyecta una
imagen de solidez y seguridad, en consonancia con
cierta tradición en este tipo de arquitectura bancaria.
El edificio destaca por su fuerte autonomía en un
área heterogénea, cuyo referente próximo más destacado
es la vía rápida. Vinculado más con un contexto
cultural que con el entorno urbano, los elementos
metálicos en verde y plata, la calidez del ladrillo o la
profundidad de las sombras hacen referencia al barroco
del sur peninsular.