En el interior de la parcela del centro educativo, haciendo
casi contacto con el colegio en una de sus
esquinas, se levanta este edificio para siete aulas de
educación infantil estructurado en torno a un atrio
iluminado cenitalmente. El edificio aprovechó en su
primera fase la situación de desnivel generada por
un muro de contención para generar una planta porticada
en contacto con el terreno que pudiera ser
libremente utilizada en un primer momento. En una
segunda fase, este espacio exterior se convierte en
interior para albergar otras tres unidades.
Una losa de hormigón plegada actúa como un
nuevo referente en este borde urbano, alcanzando la
altura de la cornisa del edificio existente y dejando en
su interior un poderoso vacío. Lucernarios y parasoles
se convierten en instrumentos necesarios para el
acondicionamiento pasivo del edificio, matizando la
cantidad y cualidad de la luz incidente y facilitando la
ventilación natural. La escala de estos elementos
fragmenta la volumetría del edificio y le confiere una
imagen exuberante que contrasta con la austeridad
y uniformidad de los acabados.